Hoy en día viven en ciudades más de 4.000 millones de personas, más de la mitad de la población mundial. Las ciudades están creciendo rápidamente incluso en áreas geográficas que eran básicamente rurales hace solo unas décadas. Quienes emigran a las ciudades buscan mejores puestos de trabajo, mejores servicios, una vida mejor para ellos y sus familias. Pero el efecto de la vida urbana sobre la salud puede ser mejor o peor, dependiendo de cómo se organicen y se gobiernen las ciudades. La actual pandemia de Covid-19 ilustra como nunca el efecto de la vida urbana y las políticas urbanas sobre la salud.
Las ciudades tienen por definición alta densidad de población, en ellas vivimos juntas muchas personas que interactuamos y socializamos nuestra vida constantemente. Esto es lo que da a las ciudades su energía, su impulso, su creatividad. En el caso de enfermedades respiratorias transmisibles como la infección por Covid-19, esa es también es la razón por la cual la transmisión de la enfermedad se acelera. Eso es lo que estamos viendo en las ciudades de prácticamente todo el mundo. Cuando el aislamiento de casos y el rastreo de contactos (el enfoque inicial de salud pública para controlar los brotes) se vuelve difícil porque los casos aumentan muy rápidamente o no son fácilmente identificables (porque se carece de pruebas diagnósticas, o porque la enfermedad puede ser asintomática), el distanciamiento social puede ser una estrategia necesaria. El distanciamiento social significa disminuir o incluso eliminar las interacciones personales cercanas. Pero interactuar con otras personas es una de nuestras necesidades principales como seres sociales y una de las características cardinales, para bien o para mal, de la vida urbana.
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