La pobreza, tanto si es una situación que se convierte en permanente como si se consigue temporalizar, tiene consecuencias a largo plazo para la infancia.
España tiene una de las tasas más altas de pobreza infantil de la UE y es el tercer país, por detrás de Rumanía y Grecia, tanto en pobreza relativa como en «anclada». Casi el 40 % de la población infantil vive por debajo del umbral de la pobreza, lo que supone un aumento de nueve puntos porcentuales entre 2008 y 2014 (Fuente: El País).
Hudson (1991) ya encontró que, aun considerando que la pobreza temporal comporta menos riesgos sociales que la crónica, también tiene efectos negativos en el desarrollo de los niños.
A partir de una situación de crisis, la familia, como es lógico, recorta gastos. Inicialmente se trata de gastos considerados “extra” (campamentos de verano, actividades extraescolares), pero esos “gastos extra” son los que tienen un efecto más grande en el bienestar de los niños.