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Insomnio, ansiedad, irritabilidad, regresión a etapas previas como volver a hacerse pis en la cama y miedo a enfermar son algunas de las consecuencias que provoca el encierro en la infancia.

Lo cierto es que los menores son muy moldeables y se adaptan rápido a las nuevas circunstancias, pero ¿a qué precio? «Podemos anticipar que el confinamiento y el aislamiento social prolongado seguramente tendrán consecuencias psicológicas en los niños y adolescentes», advierte Marta Calderero, doctora en Psicología Clínica y de la Salud y profesora de la Universidad Abierta de Cataluña, UOC. En este sentido, Paula Gutiérrez, psicóloga de Psycast, avisa de que «no podemos subestimar el impacto que tendrá este encierro, pues teniendo en cuenta datos que sí tenemos, como las consecuencias del estrés durante los primeros años de vida en el funcionamiento psicológico posterior. Se ha revelado como antecedente de trastornos de ansiedad y del estado de ánimo».

Esto se traduce en que los niños «están más alterados, ya que ha habido un cambio muy importante en su vida diaria. Posteriormente, habrá picos, momentos que estén más agitados y otros más tranquilos», matiza Ana Jiménez, profesora de Psicología de la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Sin embargo, Concha Sánchez Pina, presidenta de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria, Aepap, se muestra más cautelosa y recuerda que «los niños tienen una gran capacidad de adaptación a todas las circunstancias, por lo que resulta probable que las consecuencias, si existen, sean mínimas. Con el cariño del entorno familiar no tiene que haber secuelas emocionales».

Secuelas psicológicas

Probablemente, todavía es pronto para adelantar cuáles serán las secuelas que puedan permanecer a largo plazo en los niños, pero «en la consulta ya estamos viendo conductas en los menores que son manifestaciones de estrés, como regresiones a etapas previas del desarrollo, explosiones de agresividad o dificultades de sueño. Y esto en niños cuyo funcionamiento previo era adecuado», asegura Gutiérrez. Algo que también corrobora Calderero, pues confirma que «afecta al estado emocional: más tristeza y sensibilidad, mayor ansiedad, mayor irritabilidad con despuntes de conductas problemáticas o disruptivas, más miedos e incluso conductas de mucha preocupación, entre otros problemas psicológicos. En algunos niños estos síntomas pueden ser visibles desde los primeros días de aislamiento, en cambio, en otros casos estos efectos aparecerán semanas más tarde».

Las secuelas psicológicas, que podrían llegar a convertirse en un trauma en los niños más inestables emocionalmente, llegarán en forma de alteraciones muy diversas. Así lo considera Azucena Díez, presidenta de la Sociedad de Psiquiatría Infantil, quien explica que «según la edad, pueden mostrar diferentes reacciones de ansiedad, como comportamientos regresivos (lloriquear, estar más apegado, hablar como si fueran más pequeños, orinarse en la cama) o somatizaciones (dolores de cabeza o síntomas relacionados con la ansiedad u otras emociones negativas). Además, resulta habitual que aparezca una mayor desobediencia o rebeldía ante las normas. Al encontrarse los padres también más ansiosos, el ambiente en muchas ocasiones en casa será más tenso».

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