Pueden definirse como un episodio de ansiedad aguda sin apoyo: el organismo se siente solo para afrontar un peligro, sentido como extremo, frente al cual se siente inapropiado. Es una experiencia de pánico en una situación en la cual no hay una amenaza concreta del entorno extrema y presente. El organismo se siente expuesto al entorno de tal manera que siente que puede dañar gravemente su integridad y conservación. Es decir, se siente muy desprotegido frente a las amenazas que siente. La excitación es tan intensa e incontenible que la persona llega a sentir el peligro de la muerte.

Desde el punto de vista de la dinámica figura/fondo, en el ataque de pánico el fondo en el que se sustenta la figura que se está creando es problemático e insuficiente, se fragmenta y se colapsa. Es un fondo frágil sin los cimientos suficientes para permitir el despliegue del contacto. El fondo se vuelve figura porque se siente su caída y la figura que se estaba formando se desvanece. La intencionalidad de contacto no es sostenida al desplomarse el fondo. Si el fondo se fragmenta el self se encuentra como suspendido, la figura no tiene soporte y nace la vivencia de peligro extremo. La intervención terapéutica de apoyo inmediato es la de reconectar al organismo con los apoyos básicos: apoyar los pies en el suelo o sentarse sintiendo la base que sustenta el cuerpo, respirar a fondo, reconducir la atención a lo familiar -personas (el propio terapeuta) o cosas-.

Cuando los estilos de contacto usados de forma neurótica, para interrumpir el contacto y la ansiedad, no pueden actuar para frenar la angustia, y además el organismo no siente el apoyo necesario para canalizar la excitación sobre viene el ataque de pánico.

En el estilo confluyente suele venir acompañado cuando se marca una frontera y esto sucede sin el soporte necesario para contener la experiencia. Cuando hay diferencias muy marcadas entre la persona con estilo confluyente y los otros y no logra canalizar su ansiedad, por ejemplo. La terapia aquí tendría que ver con la construcción de una relación terapeuta/paciente en la que se pueda apoyar la necesidad de contacto del paciente y de aprender a percibir los límites y diferenciarse sin angustia.

En cambio, desde el estilo introyectador la característica disparadora de los ataques es la pérdida de sentido del mundo y de la vida. Son personas que han vivido en base a mandatos y necesidades ajenas, y cuando de repente ya no les sirven entran en una crisis existencial. La introyección sostenía el sentido y al desaparecer aparece el vacío. La terapia en estos casos necesita sostener la capacidad de la persona de orientarse y percibir sus auténticas necesidades, de este modo puede dirigirse hacia el entorno con más claridad en sus elecciones y lograr las satisfacciones que anhela.

Con el estilo proyectador es la vivencia de un entorno amenazador y hostil, al que no se puede hacer frente, la que desencadena los episodios de ataques de pánico. La agresividad se siente que proviene de fuera, del entorno. El trabajo con la reapropiación de la emoción es fundamental en estos casos, fundamentalmente con el enfado. Así, las energías agresivas dejan de ser una amenaza fantaseada del entorno y pueden comprometerse en los ajustes creativos necesarios.

Cuando estamos ante un estilo basado en la retroflexión, la persona no puede confiar en recibir lo que necesitaría del entorno: protección o cuidados más específicamente. Ello tiende a producir una experiencia de aislamiento y de tener que hacer las cosas por uno mismo, pues no hay un entorno disponible para él o ella. Así, se trata de controlar las situaciones y a los otros para evitar sorpresas y decepciones.  Pero cuando el intento de ser autosuficiente fracasa y no hay “nadie” en quien apoyarse sobreviene el ataque de pánico. La persona siente que ya no controla la situación, sino que es ella la que le controla. Es decir, el pánico está estrechamente ligado a la experiencia de no poder controlar al entorno. Esto desencadena una sensación muy fuerte de peligro, de estar a merced de algo incontrolable que no tendrá en cuenta sus necesidades personales. Por lo tanto, la persona se siente impotente y vulnerable y esta fragilidad no la puede mostrar a los demás porque produce vergüenza.

El organismo se siente, de repente, pequeño frente a un entorno demasiado grande e impredecible. La ansiedad de la persona se basa en gran parte en el temor de necesitar contar con alguien para que le socorra; teme tener que confiar en alguien para que le pueda ayudar.

Así que la terapia tiene que proporcionar las condiciones que permitan fiarse de la terapia y de poder recibir ayuda. Al tiempo tiene que desarrollar un autoapoyo físico que le soporte sin aislamiento. Conseguir una respiración apropiada, una postura que le enraíce al suelo mientras es capaz de percibir al terapeuta y a su relación con seguridad. Ello le va a permitir poder ver el entorno más fiable y apoyarse en él. La terapia es la búsqueda de un nuevo ajuste creativo que permita contactar con el otro apoyando la ansiedad para no controlarlo.

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